martes, 20 de septiembre de 2016

Irlanda (Eire). 832 a.C [La historia de un alma parte 1]

Mi energía nacía por primera vez, sentía como se vinculaba a la carne, los huesos a la vida. Lloré y lloré, no tenía experiencia y dentro de poco sin yo saberlo, seguramente olvidaría todo. Las almas, nacemos, morimos y nos reencarnamos, ese es nuestro ciclo.
Mi nacimiento me llevo a un pueblo de Irlanda, hijo de uno de los druidas de la población, mi destino empezaba con esta vida y estaba ansioso por vivirla.

La vida era sencilla en mi pueblo, yo era uno de los druidas de la región.  El tiempo que dedicaba al pueblo para mí era fundamental y mi cabaña en mitad del bosque, era mi castillo, no buscaba nada más, no necesitaba nada más. No vi que mi destino cambiaba, las runas nunca me avisaron a mí, pero al parecer ella sí que lo sabía.

Las invasiones vikingas empezaron pocos meses después a que mi antecesor muriera, todos vivíamos con temor, pero la sangre celta que corría en nuestras venas nos incitaba a luchar por nuestra tierra. El dolor del pueblo se grababa en cada uno de nosotros y nuestros gritos de guerra entonados en el ardor de la batalla resonaban en cada valle y colina. Yo no esperaba sobrevivir aquellas guerras.


El día en que ellos llegaron a mi pueblo, reconocí el horror en la cara de mi gente, escuché sus gritos y a pesar de no saber batallar cogí la espada más cercana y decidí dar mi vida por los míos. Yo no esperaba que en mitad de la batalla una joven se adentrara en mitad de los dos grupos y parara el enfrentamiento, la sangre de ambos bandos estaba esparcida por el suelo del verde del valle y ella resplandecía bajo la lluvia que caía sobre nuestras cabezas. En cuanto nuestras miradas se encontraron, ella me señalo y me apresaron.

Hasta más tarde no sabría porque había sido yo el elegido, pero decidí sacrificarme por mi pueblo, nuestra gente ya habría sufrido bastante; y si con mi vida podía salvar la suya, me entregaría sin temor alguno.

Aquella misma noche en la que me capturaron me dejaron desnudo y me obligaron a tumbarme, todo aquello me parecía un acto de magia negra, y a pesar de ser poderoso, no quise combatir contra ella. Todos mis pensamientos se nublaron, cuando la joven que me había escogido atravesó el círculo de llamas. Su cuerpo curvilíneo brillaba bajo las llamas. Cuando empezó a cantar yo no pude dejar de mirarla, había algo erótico y poderoso en los gestos y el cántico de la muchacha. Cuando estuvo enfrente de mí, me miró a los ojos y se colocó a horcajadas sobre mí, uniéndonos a ambos de manera carnal.
Después de aquello, yo sabía que no podría volver a mi pueblo, me había enamorado de ella y ella me retenía a su lado. La paz entre mi pueblo y el suyo se firmó, en cuanto nuestros cuerpos se unieron. Cada día que pasaba me sentía más atraído hacia ella, y llegó el día en el que volvimos a unir nuestros cuerpos y al mismo tiempo decidimos unir nuestros corazones.

Los vikingos habían dejado de asediar al resto de Eire y pretendían aposentarse en estas tierras, la mayoría de la población seguía luchando porque esto no pasara,  la otra parte los aceptaba.
Yo seguía con ellos, había intentado volver a mi pueblo, con ella, y aunque intente explicarles que la paz se había firmado, me negaron la entrada y me desterraron, lloré. Mi alma pertenecía a Eire, mi magia era fruto de la magia de las hadas y los dioses, supliqué a estos para que mi pueblo me perdonara, pero mi bruja me dijo que mi destino se había escrito y que yo ya no podía residir más en aquel lugar.

La noticia de mi destierro voló y me vi repudiado por mi propio pueblo así que decidí viajar con los vikingos.

Viajamos por el país camino a los barcos vikingos, mi bruja debía volver a su pueblo, ella había sembrado su semilla en esa tierra lejana, y acabada su función, debía volver. Cuando llegamos a los acantilados mi bruja me dejo decidir entre viajar con ella a sus tierras, y vivir allí; por primera vez no había visto la elección que yo iba hacer, puesto que mi corazón también estaba dividido entre mi amor por ella y el amor que yo profesaba por mi tierra. Le di la espalda y miré la verde explanada, había hecho una promesa a mi tierra y le había hecho una promesa a ella. Observé los verdes campos, vislumbré el cielo de ese gris precioso, auguraba lluvia, pero esa vez con mi corazón partido y mi destino esperando mi elección, la lluvia me parecía una despedida. Me giré de nuevo hacía mi mujer, ella era mi futuro, yo lo sabía; tenía que irme con ella.

- Iré contigo, amor de todos los tiempos y todas las vidas, prométeme que serás mía, hasta que todo termine.

Ella lloró de felicidad y acompañó mis lágrimas de tristeza mientras los barcos se alejaban de mi tierra, de mi corazón. Una nueva vida empezaba para mí y ella iba a ser el centro.

Así emprendí el viaje hacia las tierras vikingas. Cuando llegábamos al poblado empezaron abrazabarse entre ellos y algunos dirigían miradas y preguntas sobre mí, mi bruja con una gran sonrisa en sus labios me cogió de la mano y me arrastró a una enorme cabaña. Un hombre mayor salió de ella y la abrazño, yo hinqué mi rodilla en el suelo y le mostré mis respetos. El hombre se arrodilló delante mío y levanto mi cabeza para que nuestros ojos se encontraran.

- Bienvenido a casa, hijo mío.

Su padre nos dio unas tierras donde poder ambos vivir. Mi bruja estaba esperando mi primer hijo desde Irlanda, su vientre se había ido hinchado a lo largo del camino. Nos unimos bajo la supervisión de Odín y la diosa Freya

Tuve la gloria de vivir seis años más y ver nacer a mis cinco hijos, mi favorita era la pequeña, con el pelo color de fuego como su madre y con mi ojos de color agua, la llamé Eire. Enfermé solo un mes después del nacimiento del bebé. Yo era muy anciano y mi tiempo se había terminado, había vivido muchas cosas, había conseguido tener una familia y me iba del mundo corporal siendo el hombre más feliz del mundo.

- Mi bruja, mi amor - le susurré cuando vi que mi hora llegaba- ahora iré al mundo de los espíritus; cada vez que llueva sobre ti, cada vez que la brisa acaricie tu pelo, acuérdate de mí. Volveremos a estar juntos mi amor, en otras vidas y en otros sueños, no entristezcas pues has hecho de mi un hombre feliz.

Después de mis palabras cedí al impulso de que la muerte me llevara con ella.


Mi espíritu salió del cuerpo del druida, aún sentía aquel gran amor por aquella mujer. Me quedé un tiempo vigilando a mi familia. Luego decidí que era el momento de ceder al impulso y dejarme llevar a un nuevo nacimiento.

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