Mi energía
nacía por primera vez, sentía como se vinculaba a la carne, los huesos a la
vida. Lloré y lloré, no tenía experiencia y dentro de poco sin yo saberlo,
seguramente olvidaría todo. Las almas, nacemos, morimos y nos reencarnamos, ese
es nuestro ciclo.
Mi nacimiento me llevo a un
pueblo de Irlanda, hijo de uno de los druidas de la población, mi destino
empezaba con esta vida y estaba ansioso por vivirla.
La vida era
sencilla en mi pueblo, yo era uno de los druidas de la región. El tiempo que dedicaba al pueblo para mí era
fundamental y mi cabaña en mitad del bosque, era mi castillo, no buscaba nada
más, no necesitaba nada más. No vi que mi destino cambiaba, las runas nunca me
avisaron a mí, pero al parecer ella sí que lo sabía.
Las invasiones
vikingas empezaron pocos meses después a que mi antecesor muriera, todos
vivíamos con temor, pero la sangre celta que corría en nuestras venas nos
incitaba a luchar por nuestra tierra. El dolor del pueblo se grababa en cada
uno de nosotros y nuestros gritos de guerra entonados en el ardor de la batalla
resonaban en cada valle y colina. Yo no esperaba sobrevivir aquellas guerras.
El día en que ellos llegaron a mi pueblo, reconocí el horror en la cara de mi gente, escuché sus gritos y a pesar de no saber batallar cogí la espada más cercana y decidí dar mi vida por los míos. Yo no esperaba que en mitad de la batalla una joven se adentrara en mitad de los dos grupos y parara el enfrentamiento, la sangre de ambos bandos estaba esparcida por el suelo del verde del valle y ella resplandecía bajo la lluvia que caía sobre nuestras cabezas. En cuanto nuestras miradas se encontraron, ella me señalo y me apresaron.
Hasta más tarde no
sabría porque había sido yo el elegido, pero decidí sacrificarme por mi pueblo,
nuestra gente ya habría sufrido bastante; y si con mi vida podía salvar la suya,
me entregaría sin temor alguno.
Aquella misma
noche en la que me capturaron me dejaron desnudo y me obligaron a tumbarme,
todo aquello me parecía un acto de magia negra, y a pesar de ser poderoso, no
quise combatir contra ella. Todos mis pensamientos se nublaron, cuando la joven
que me había escogido atravesó el círculo de llamas. Su cuerpo curvilíneo
brillaba bajo las llamas. Cuando empezó a cantar yo no pude dejar de mirarla,
había algo erótico y poderoso en los gestos y el cántico de la muchacha. Cuando
estuvo enfrente de mí, me miró a los ojos y se colocó a horcajadas sobre mí,
uniéndonos a ambos de manera carnal.
Después de
aquello, yo sabía que no podría volver a mi pueblo, me había enamorado de ella
y ella me retenía a su lado. La paz entre mi pueblo y el suyo se firmó, en
cuanto nuestros cuerpos se unieron. Cada día que pasaba me sentía más atraído
hacia ella, y llegó el día en el que volvimos a unir nuestros cuerpos y al
mismo tiempo decidimos unir nuestros corazones.
Los vikingos
habían dejado de asediar al resto de Eire y pretendían aposentarse en estas
tierras, la mayoría de la población seguía luchando porque esto no pasara, la otra parte los aceptaba.
Yo seguía con
ellos, había intentado volver a mi pueblo, con ella, y aunque intente
explicarles que la paz se había firmado, me negaron la entrada y me desterraron,
lloré. Mi alma pertenecía a Eire, mi magia era fruto de la magia de las hadas y
los dioses, supliqué a estos para que mi pueblo me perdonara, pero mi bruja me
dijo que mi destino se había escrito y que yo ya no podía residir más en aquel
lugar.
La noticia de mi destierro
voló y me vi repudiado por mi propio pueblo así que decidí viajar con los
vikingos.
Viajamos por el
país camino a los barcos vikingos, mi bruja debía volver a su pueblo, ella
había sembrado su semilla en esa tierra lejana, y acabada su función, debía
volver. Cuando llegamos a los acantilados mi bruja me dejo decidir entre viajar
con ella a sus tierras, y vivir allí; por primera vez no había visto la
elección que yo iba hacer, puesto que mi corazón también estaba dividido entre
mi amor por ella y el amor que yo profesaba por mi tierra. Le di la espalda y
miré la verde explanada, había hecho una promesa a mi tierra y le había hecho
una promesa a ella. Observé los verdes campos, vislumbré el cielo de ese gris
precioso, auguraba lluvia, pero esa vez con mi corazón partido y mi destino
esperando mi elección, la lluvia me parecía una despedida. Me giré de nuevo hacía
mi mujer, ella era mi futuro, yo lo sabía; tenía que irme con ella.
- Iré contigo,
amor de todos los tiempos y todas las vidas, prométeme que serás mía, hasta que
todo termine.
Ella lloró de
felicidad y acompañó mis lágrimas de tristeza mientras los barcos se alejaban
de mi tierra, de mi corazón. Una nueva vida empezaba para mí y ella iba a ser
el centro.
Así emprendí el viaje hacia las
tierras vikingas. Cuando llegábamos al poblado empezaron abrazabarse entre
ellos y algunos dirigían miradas y preguntas sobre mí, mi bruja con una gran
sonrisa en sus labios me cogió de la mano y me arrastró a una enorme cabaña. Un
hombre mayor salió de ella y la abrazño, yo hinqué mi rodilla en el suelo y le
mostré mis respetos. El hombre se arrodilló delante mío y levanto mi cabeza
para que nuestros ojos se encontraran.
- Bienvenido a
casa, hijo mío.
Su padre nos dio
unas tierras donde poder ambos vivir. Mi bruja estaba esperando mi primer hijo
desde Irlanda, su vientre se había ido hinchado a lo largo del camino. Nos
unimos bajo la supervisión de Odín y la diosa Freya
Tuve la gloria de
vivir seis años más y ver nacer a mis cinco hijos, mi favorita era la pequeña,
con el pelo color de fuego como su madre y con mi ojos de color agua, la llamé
Eire. Enfermé solo un mes después del nacimiento del bebé. Yo era muy anciano y
mi tiempo se había terminado, había vivido muchas cosas, había conseguido tener
una familia y me iba del mundo corporal siendo el hombre más feliz del mundo.
- Mi bruja, mi
amor - le susurré cuando vi que mi hora llegaba- ahora iré al mundo de los
espíritus; cada vez que llueva sobre ti, cada vez que la brisa acaricie tu
pelo, acuérdate de mí. Volveremos a estar juntos mi amor, en otras vidas y en
otros sueños, no entristezcas pues has hecho de mi un hombre feliz.
Después de mis
palabras cedí al impulso de que la muerte me llevara con ella.
Mi espíritu salió del cuerpo del druida, aún sentía aquel gran amor
por aquella mujer. Me quedé un tiempo vigilando a mi familia. Luego decidí que
era el momento de ceder al impulso y dejarme llevar a un nuevo nacimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario